Casi 3.000 años después de que el juego del polo diera sus primeros pasos en la región que hoy ocupa la República Islámica de Irán, un grupo pequeño pero entusiasta de mujeres mantiene con vida este deporte y lucha para que éste regrese a tener mayor popularidad «en su propio país».
Pertrechadas con taco, bola y toda la equipación para el juego del polo, además del hiyab, el velo obligatorio que todas las mujeres en Irán tienen que llevar puesto cuando están en público, las polistas de la República Islámica participan cada verano en «cinco o seis» torneos que cada vez tienen más éxito de público y que permiten a las autoridades del deporte hablar de que el polo iraní vive «un momento de prosperidad».
«Afortunadamente, el polo nuevamente ha florecido. Hace ya unos 15 años que las mujeres iraníes jugamos al polo y día a día va aumentado nuestro número. El lugar de nacimiento del polo fue Irán, y esperamos que con el aumento de la cantidad de jugadores, el deporte vuelva nuevamente a su propio país», dijo a Efe Golnar Vakil Guilaní, presidenta de la Federación de Polo de Irán.
En la actualidad, hay «unas 24 o 25» mujeres que practican polo habitualmente en el país, un deporte tradicionalmente considerado poco femenino pero que, según dijo Guilaní, es muy atractivo para las iraníes por que les ofrece «mostrarse en el campo y demostrar que no tienen nada menos que los hombres».
«Para mí es un juego muy bueno y emocionante. El ser un deporte rudo también me parece muy atractivo y obliga al deportista a enfrentar un desafío para que pueda luchar en el campo. El hecho de tener que llevar hiyab no supone ningún conflicto para nuestro juego», apuntó la presidenta.
De momento, la práctica del polo femenino cuenta con el visto bueno de las autoridades, y los torneos reciben cierta atención mediática, si bien todo el entorno del deporte sigue siendo estrictamente amateur y su financiación corre a cuenta de sus practicantes.
Katayu Inyalayi, la mejor jugadora del país, madre de dos hijos y «enamorada» del deporte desde hace 20 años, al que jugó en Estados Unidos, Australia y Francia, además de Irán, se mostró en declaraciones a Efe «muy feliz» de que la gente conozca que el polo femenino existe y que eso lleve a que crezca el número de jugadoras.
En cualquier caso, y a pesar del entusiasmo que demuestran cada vez que salen a la cancha, el hándicap de las jugadoras iraníes es muy bajo y los partidos están a años luz de las cabalgadas, la velocidad y la fuerza que puedan verse en el Campo Argentino de Polo de Buenos Aires, la Meca de este deporte.
Casi todas las jugadoras iraníes entraron en contacto con el deporte a través de sus familias, con padres, hermanos y maridos también involucrados en el deporte como jugadores o como criadores de caballos.
El componente «aristocrático» del deporte también es evidente, pese a que como indicó Inyalayí, «Irán es probablemente el lugar más barato del mundo para jugar al polo», dado que los clubes y la federación son propietarios de muchos de los caballos que se usan para jugar, a los que las y los polistas pueden acceder sólo con pagar sus cuotas de socio.
La práctica del polo comenzó en las estepas asiáticas en una época aún no definida, si bien el primer registro histórico del que se tiene constancia es del siglo VI antes de Cristo en Persia, en donde se convirtió en deporte nacional y fue patrocinado por la nobleza y la familia real.
De hecho, la imponente plaza de Naghshe Yahan en la ciudad de Isfahán, la capital del imperio persa, un monumental conjunto arquitectónico declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, fue en su momento un campo de polo para solaz del sha y sus allegados, y aún conserva a ambos extremos de la plaza los postes de mármol que marcaban la línea de gol.
Otro ejemplo de la importancia que el deporte tuvo en el país lo constituyen la infinidad de cuadros y grabados que se conservan de la época del imperio safávida (1501-1722) que muestran partidos de polo, algunos de ellos protagonizados por mujeres.